No todos los amores son de cuento

El lunes mientras conducía de vuelta a casa no podía sentir otra cosa que no fuera agradecimiento. Lloraba y lloraba mientras agarraba fuerte el volante; lo apretaba tanto que me di cuenta que lo que apretaba en ese instante eran mis ganas de vivir la vida, de disfrutarla, de no volver a dejar que todas esas cosas de mierda me vuelvan a quitar la sonrisa.
Que yo recuerde al menos fueron dos veces las que di gracias en voz alta. Gracias por esa lección que necesitaba tanto, gracias porque mi partida aun continúa y esta vez no pienso desperdiciar ni una sola mano de cartas.
Aunque en el viaje de ida hacia el hospital sentía diferente había un punto en común, la determinación con la que desde el día que no supe nada de César, había decidido dirigir mi vida. De algún modo comprendí, que el victimismo se había convertido en mi zona de confort. Ya está bien de pensar en todo lo que me falta, en todo lo malo que me ha pasado, en lo que no y mas no y mas no y no. Durante toda mi infancia no hice otra cosa que perseguir a mi padre, tratar de ser perfecta para que me hiciera caso y ahora trataba de ser perfecta para César. Ese lunes decidí que no iba a perseguir a nadie más y desde entonces, la determinación viaja conmigo.
Al llegar al hospital me senté en frente de la puerta de rayos y en ese momento el miedo ya había llegado a una cota muy alta pero aun así, solo pensaba en lo orgullosa que me sentía de no tener nadie a mi lado. Por primera vez estaba sola por elección, tenía opciones para haber estado acompañada pero esa vez, mi decisión era afrontar sola la palabra tumor, si como se sospechaba, eso era lo que tenía en el páncreas. Sabía que no necesitaba a nadie más que a mi ; pese a la sombra de enfermedad me sentía de puta madre. No lo necesitaba a él a mi lado, ni a mis amigos, ni tampoco a mi familia. Yo sola me sentía tanto que me bastaba y me sobraba.
Por fin llegó el momento de la verdad, igual que en el coliseo la muchedumbre esperaba el pulgar arriba o abajo yo esperaba que la máquina emitiera el veredicto para saber si mi vida seguía, o no. Allí estaba tumbada debajo de la gran máquina aguantando el tipo, ya me habían hecho el primer tac y todo iba bien, ya había pasado por eso otras veces y no recordaba molestia alguna pero entonces…el altavoz avisó que el contraste iba a pasar a mis venas y a los pocos segundos se me escapó un grito de dolor. Había aguantado varios pinchazos en busca de mis venas, toleré incluso cuando la enfermera de prácticas me rompió una vena de la mano intentado buscar donde poner la vía, pero aquello fue demasiado. Comencé a derramar lágrimas; era más eso que llorar. Me estaba derramando. Notaba el reguero cayendo desde mis ojos mientras trataba de que la congoja que sentía no me hiciera moverme para no tener que repetir el tac. En ese instante en que el láser giraba y giraba sobre mí supe que no lloraba por el miedo o el dolor; supe que lloraba por amor. De repente, igual que los discos de la máquina, me rodeaban todos los momentos bonitos que había pasado con él; empezaron a girar montones de recuerdos que me embriagaban de amor. ¿Cómo puede alguien decirme que eso no es amor? ¿Cómo podía decirme que no sentía lo que tenía que sentir? Comencé a dar gracias por todo el amor que había sentido, por tantos momentos bonitos que había vivido teniéndolo a él en mi vida y supe que había sido un regalo pues esas últimas semanas habían estado llenas de mil cosas maravillosas gracias a él. Seguían rondándome las lágrimas cuando me anunciaron que habíamos terminado, y para entonces, me sentía muy feliz de todo lo que había sentido. Comprendí en ese momento que tenía que hacerle entender que lo que teníamos, era también amor.
Y aquí estoy hoy, tres días después mirando al mar, contemplando las olas, y pensando qué debo hacer. Lo cierto es que a pesar del pellizco de dolor que tengo instalado debajo de las costillas me siento feliz. Lo quiero, pero no quiero convencer a nadie de nada. Lo quiero, pero en el mundo que vivimos ahora cuesta mucho elegir una persona para quererla y se nos olvida que los mejores amores se cocinan a fuego lento. Hay una frase que dice que nos enamoramos de las personas no por quien son, sino por quien somos nosotros estando con ellas. Si como dice Rozalen pudiéramos despojarnos de nuestras mochilas y ser libres, libres hasta de nosotros. Librarnos de las creencias que nos han inculcado en nuestra infancia, de los roles que adquirimos de nuestro padre, de nuestra madre, de nuestras cargas, de los caparazones de nuestras otras parejas… Si pudiera, quizás así, si se vaciara de todo podría llenarse de un poquito de amor por mi.
Ya no necesito ser perfecta para mi padre, ni para él tampoco, ni siquiera para mi y por algún motivo sonrío. Con nadie me he mostrado tan desnuda como lo he hecho con él, y pese a todo, pese a mi, me ha dado los momentos mas bonitos de mis últimos días…si eso no es amor, que me lo expliquen por favor.