Duele pero no hace daño

Man biting womans nipple — Image by © Royalty-Free/Corbis

Lo estaba escuchando, pero realmente no prestaba mucha atención a lo que Álvaro decía porque dijera lo que dijera daba igual; ya sabía lo que le tenía que contar. Aprovechando la indiscreción que permite la videoconferencia estaba escrutando su cara en detalle y de repente lo he sentido. Mi mesa está frente a la pared y a la derecha la ventana que da a la calle. Aún era temprano y el barrio estaba en cuasi silencio cuando una brisa ha entrado y ha movido la cortina, mi pelo, y también mi vestido. Rápidamente me he puesto a mirar hasta donde enfocaba la cámara, qué parte de mi se veía en el ordenador e inmediatamente después he mirado mi pecho. Por sutil, por ligero que ha sido el movimiento de mi vestido por el aire, ha sido suficiente pare acariciar mi pezón y sentir que me dolía. Aun doliendo, no hacía daño. Se ha puesto duro, se ha erguido orgulloso y tras levantarse aún se rozaba más contra la insignificante tela de mi vestido. Dolía más, y cuanto más dolía, más placer me daba. He mirado mi teta y se veía sexy, dura, poderosa mirando hacia el frente, y con un botón duro coronándola hacia delante. Mi coño ha empezado a palpitar, y de repente ya me notaba mojada. Ha llegado a mi mente la imagen que se me quedó grabada ayer. Mientras me estremecía de gusto por esas primeras y ansiadas penetraciones de Carlos, lo miré y vi cómo me estaba mordiendo un pezón, el derecho. Lo estiraba tirando con su boca y ahí lo tenía entre sus dientes. Lo escribo ahora y mi coño vuelve a reaccionar, palpita y se moja una vez más. Recuerdo como lo mire a los ojos, cuanta era la fuerza que veía en ellos. Tiene tanto ímpetu dentro de sí, como tanto amor guarda dentro. Cuando estamos juntos y lo encuentro en una mirada mi cuerpo entero se estremece. Su pelo, su barba, sus embistes sobre la mesa me hacen sentirlo tan primitivo que creo que no hay nadie más sexy que él.

Aprovecho que mi alumno sigue hablando sobre su plan de empresa y me inclino un poco, aprieto fuerte mis tetas; una mano para cada una. Las presiono fuerte porque a pesar del dolor si ahora me volviera a besar los pezones me moriría de gusto. Y lo deseo, aunque no hayan pasado ni 24 horas desde que estuvimos juntos lo vuelvo a desear, no sé si yo, o mi cuerpo, que ya no responde a mis ordenes de compostura: mis pezones están duros como dos piedras, los músculos de mi vagina contraídos y el coño mojado y chillando a pulsos; tengo la necesidad de cruzar las piernas para apretarlo porque siento un vacío enorme sin su polla dentro. Y las cruzo, vaya si las cruzo, y las aprieto bien una contra otra y contra la silla y además, me acaricio un pequeño instante por encima de las bragas.

Álvaro hace una pregunta y me pongo a pensar; no en responderle a él, si no a mí. De repente recuerdo eso que dicen que la pasión del principio pasa, que ese ardor se apaga con los días y que luego te aburres y ya no es igual. Me da pena pensarlo, que se acabe, que no lo hagamos más así, pero entonces, mientras una parte de mi cabeza busca la respuesta a su pregunta de biofertilizantes, la otra encuentra la respuesta a mi cuestión y me quedo tranquila. Mientras pueda mirarlo a los ojos y encontrarlo, tendré siempre un motivo para desearlo, con furia, o sin ella.

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